sábado, 12 de mayo de 2012

Problemáticas de la Educación


Niños en situación de calle
Introducción de trabajo sobre Problemáticas de la Educación

           El pequeño entró al vagón con paso apresurado pero inseguro. Apenas una mano estirada para asirse de  algo que lo estabilizara, mientras intentaba mantener el equilibrio cuando sostenía un yogurt con la otra. Es muy pequeño, su cuerpo delgado y su escasa estatura nos dice que tiene que tener entre 3 o 4 años. Su carita sucia de ojos brillantes y grandes, demuestran una madurez y seguridad que no es común a esa edad. La  ropa un tanto desalineada deja entrever que hace bastante que la lleva puesta.


            Juancito –sí, le pondremos un nombre, este u otro, pero en diminutivo, porque lo merece, porque le corresponde, porque se lo debemos, porque es un niño- elevó su mirada y girando la cabeza  se dirigió a la joven mujer que sostenía en sus brazos un bebe - ¿su madre, quizás?-  y le dijo: “¿comienzo por acá?”. Solo obtuvo como respuesta  un gesto afirmativo y luego ver su espalda mientras se dirigía a otro vagón.
Juancito quedó allí solo, parado en el medio del subterráneo haciendo equilibrio, mientras era esquivado por  pasajeros que se apuraban para ocupar los asientos.
               Pareciendo un malabarista se las arreglo para destapar el yogurt que comenzó a comer con avidez, a la vez empezaba a recorrer el pasillo y a repartir una pequeña estampita. Sus ojos te miraban -no se si te veían- el apuro era terminar de comer sin que se cayera el tarrito, a la vez tenía que repartir y juntar las estampas antes que el tren se detuviera.
              Los pasajeros, distraídos en su trajinar, apenas prestaban atención. Solo cuando se acercaba y  ponía enfrente la estampita, te llamaba la atención esa pequeña manito de uñas sucias, secas, que con gesto casi indiferente te exigía la tomaras. Después un cruce de miradas, y  la sorpresa mezclada con el dolor- ¿horror?-  de ver una criatura tan pequeña, sola en ese vagón. Se notó un silencio generalizado cuando casi todos los presentes comenzaron a tomar conciencia de su presencia, salieron de los bolsillos algunas que otras monedas, y hasta un caramelo –el único que le arrancó una sonrisa-, una que otra mirada, ojos que se agachaban en gesto de vergüenza y alguna sonrisa como pidiéndole perdón por su suerte…
               Y muy dentro de todos fueron surgiendo  interrogantes:  “¿Porqué tenía que ocurrirle esto?”, “¿Por qué me duele más él, que otro niño no mucho más grande?”, “¿Por qué es tan poco lo que hago?”, “¿…y sus padres?, “¿Por qué vivimos así?”. Y sentir en nuestro interior ese deseo ferviente de decir: “me voy a comprometer”, “voy a hacer”, “voy a exigir que hagan...”
            Y así como desapareció de nuestra vista Juancito, ni bien arrancó el tren en esa estación, casi a su misma velocidad, esos pensamientos se fueron disfumando en los problemas personales y en la vorágine del día.-
                         





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