Niños en situación de calle
Introducción de trabajo sobre Problemáticas de la Educación
El
pequeño entró al vagón con paso apresurado pero inseguro. Apenas una mano
estirada para asirse de algo que lo estabilizara, mientras intentaba
mantener el equilibrio cuando sostenía un yogurt con la otra. Es muy pequeño,
su cuerpo delgado y su escasa estatura nos dice que tiene que tener entre 3 o 4
años. Su carita sucia de ojos brillantes y grandes, demuestran una madurez y
seguridad que no es común a esa edad. La ropa un tanto desalineada deja
entrever que hace bastante que la lleva puesta.

Juancito
–sí, le pondremos un nombre, este u otro, pero en diminutivo, porque lo merece,
porque le corresponde, porque se lo debemos, porque es un niño- elevó su mirada
y girando la cabeza se dirigió a la joven mujer que sostenía en sus
brazos un bebe - ¿su madre, quizás?- y le dijo: “¿comienzo por acá?”.
Solo obtuvo como respuesta un gesto afirmativo y luego ver su espalda
mientras se dirigía a otro vagón.
Juancito quedó
allí solo, parado en el medio del subterráneo haciendo equilibrio, mientras era
esquivado por pasajeros que se apuraban para ocupar los asientos.
Pareciendo un malabarista se las arreglo para destapar el yogurt que comenzó a
comer con avidez, a la vez empezaba a recorrer el pasillo y a repartir una pequeña
estampita. Sus ojos te miraban -no se si te veían- el apuro era terminar de
comer sin que se cayera el tarrito, a la vez tenía que repartir y juntar las
estampas antes que el tren se detuviera.
Los pasajeros, distraídos en su trajinar, apenas prestaban atención. Solo
cuando se acercaba y ponía enfrente la estampita, te llamaba la atención
esa pequeña manito de uñas sucias, secas, que con gesto casi indiferente te
exigía la tomaras. Después un cruce de miradas, y la sorpresa mezclada con
el dolor- ¿horror?- de ver una criatura tan pequeña, sola en ese vagón.
Se notó un silencio generalizado cuando casi todos los presentes comenzaron a
tomar conciencia de su presencia, salieron de los bolsillos algunas que otras
monedas, y hasta un caramelo –el único que le arrancó una sonrisa-, una que
otra mirada, ojos que se agachaban en gesto de vergüenza y alguna sonrisa como
pidiéndole perdón por su suerte…
Y muy dentro de todos fueron surgiendo interrogantes: “¿Porqué
tenía que ocurrirle esto?”, “¿Por qué me duele más él, que otro niño no mucho
más grande?”, “¿Por qué es tan poco lo que hago?”, “¿…y sus padres?, “¿Por qué
vivimos así?”. Y sentir en nuestro interior ese deseo ferviente de decir: “me
voy a comprometer”, “voy a hacer”, “voy a exigir que hagan...”
Y así como desapareció de nuestra vista Juancito, ni bien arrancó el tren en
esa estación, casi a su misma velocidad, esos pensamientos se fueron disfumando
en los problemas personales y en la vorágine del día.-
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