martes, 1 de enero de 2013

Bienvenida



La casa de a poco se fue vistiendo de fiesta. Las mesas se cambiaron de lugar, los pisos fueron baldeados.
El plumero recorrió cada rincón para sacar, junto al polvo, las telas de arañas –que eran muchas-
Los vidrios dejaron translucir el hermoso paisaje, como hacía mucho no ocurría. Hasta las flores lucieron sus más bellos colores como agradeciendo el agua y los cuidados prodigados  en las últimas semanas.
Hasta el perfume estaba cambiado, aunque por momentos aún aparecía algún vaho que nos recordaba la existencia de los murciélagos –únicos habitantes en el último año-.
La cocina se lleno de aromas que hacían que la boca se llenara de saliva, y alguna que otra mano, con picardía, robaba algo de allí con afán de probar.
Los chicos correteaban por el parque, haciendo llegar su risa, que despertaba buenos recuerdos a las paredes de la casona.
Todo se armó en la gran galería y uno a uno fueron  acercándose a la mesa, ya arreglados para festejar-
La noche transcurría  bajo el ojo atentó de la luna, que con su lento recorrido, no dejaba de perderse un solo detalle de lo que allí acontecía.
Las risas, las conversaciones animadas, los aromas, las luces y hasta las velas, fueron como una poción mágica, que despertó los espíritus dormidos entre las paredes.
Su mirada se atrevió de a poco a salir del espejo, sus ojos se le llenaron de lágrimas. Los recuerdos de otros años la fueron  llenaron de vida. Junto al viento de la noche se atrevió  y junto a un grupo de murciélagos   recorrió la estancia como reconociendo el lugar, otrora de ellos.
 Los comensales sintieron frio, algunos hasta necesitaron abrigarse.  Sorprendidos por la visita nocturna, sonrieron y comentaron. Solo los esquivaban y admiraban el volar enloquecido, como presintiendo, que no solo eran ellos, sino que alguien más, de manera amigable, también se hacía presente al festejo en la vieja casona.
Ella sonrió en su recorrido. Los nuevos habitantes  eran aceptados. La casa se llenaba otra vez de vida y de luz.
Un par de vueltas más como para dejar impregnada su presencia, y con el mismo viento de la noche, al momento de éste aquietarse, volvió dentro del espejo, y con una sonrisa cómplice, con lágrimas y llena de ternura, Eros  volvió dentro el espejo para descansar en paz.
La familia siguió su festejo de manera alegre y relajada, el viento y los murciélagos se habían alejado. Una cálida caricia les entibiaba el alma. Los abrigos ya no hicieron falta. Y entre brindis y buenos deseos se sintieron bienvenidos.

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