La casa de a poco se fue vistiendo de fiesta. Las mesas se
cambiaron de lugar, los pisos fueron baldeados.
El plumero recorrió cada rincón para sacar, junto al polvo,
las telas de arañas –que eran muchas-
Los vidrios dejaron translucir el hermoso paisaje, como
hacía mucho no ocurría. Hasta las flores lucieron sus más bellos colores como
agradeciendo el agua y los cuidados prodigados
en las últimas semanas.
Hasta el perfume estaba cambiado, aunque por momentos aún
aparecía algún vaho que nos recordaba la existencia de los murciélagos –únicos
habitantes en el último año-.
La cocina se lleno de aromas que hacían que la boca se
llenara de saliva, y alguna que otra mano, con picardía, robaba algo de allí
con afán de probar.
Los chicos correteaban por el parque, haciendo llegar su
risa, que despertaba buenos recuerdos a las paredes de la casona.
Todo se armó en la gran galería y uno a uno fueron acercándose a la mesa, ya arreglados para
festejar-
La noche transcurría bajo
el ojo atentó de la luna, que con su lento recorrido, no dejaba de perderse un
solo detalle de lo que allí acontecía.
Las risas, las conversaciones animadas, los aromas, las
luces y hasta las velas, fueron como una poción mágica, que despertó los
espíritus dormidos entre las paredes.
Su mirada se atrevió de a poco a salir del espejo, sus ojos
se le llenaron de lágrimas. Los recuerdos de otros años la fueron llenaron de vida. Junto al viento de la noche
se atrevió y junto a un grupo de
murciélagos recorrió la estancia como reconociendo el
lugar, otrora de ellos.
Los comensales
sintieron frio, algunos hasta necesitaron abrigarse. Sorprendidos por la visita nocturna,
sonrieron y comentaron. Solo los esquivaban y admiraban el volar enloquecido,
como presintiendo, que no solo eran ellos, sino que alguien más, de manera
amigable, también se hacía presente al festejo en la vieja casona.
Ella sonrió en su recorrido. Los nuevos habitantes eran aceptados. La casa se llenaba otra vez
de vida y de luz.
Un par de vueltas más como para dejar impregnada su
presencia, y con el mismo viento de la noche, al momento de éste aquietarse,
volvió dentro del espejo, y con una sonrisa cómplice, con lágrimas y llena de
ternura, Eros volvió dentro el espejo
para descansar en paz.
La familia siguió su festejo de manera alegre y relajada, el
viento y los murciélagos se habían alejado. Una cálida caricia les entibiaba el
alma. Los abrigos ya no hicieron falta. Y entre brindis y buenos deseos se
sintieron bienvenidos.
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