Te miro dormir en esta cama blanca,
te veo tan pequeña e indefensa,
que no me alcanzan los brazos para acunarte ni el corazón para protegerte.
Por momentos la vida se me antoja injusta e inexplicable
y busco casi desesperada un libro de quejas donde dejar plasmado mi enojo.
Se que no todo tiene explicación -al menos de manera racional-
Que los designios de Dios son un misterio que tenemos que aceptar,
pero me cuesta, por más buena voluntad que pongo.
Miro tus ojos y me lleno de ternura.
Admiro tu fuerza -que desconoces-
tratando de no preocuparme o tratando de evitar los sentimientos de los demás.
Estamos juntos -vos, yo, la familia-
Seguimos siendo los dedos de esa mano
que se convierte en puño para defender y en caricia para consolar.
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